Saidan by J. J. Benítez

Saidan by J. J. Benítez

autor:J. J. Benítez [Benítez, J. J.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Ciencia ficción, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1987-01-01T05:00:00+00:00


20 DE ABRIL, JUEVES

Nervioso ante los acontecimientos que se avecinaban, apenas si pude descansar. El cinturón de seguridad IR, en automático, no advirtió presencia humana alguna en los alrededores de la nave, excepción hecha de un par de bandadas de aves que, casi al rayar el nuevo día, tuvieron la inoportuna ocurrencia de revolotear y posarse muy cerca de la pequeña laja de piedra, contigua a nuestro asentamiento.

Como la precedente, la jornada de aquel jueves, desde el punto de vista meteorológico, se presentaba radiante. Teniendo en cuenta que los íntimos de Jesús —si el anuncio de Juan Zebedeo no experimentaba alteración— podían haber entrado en Saidan al anochecer del miércoles, lo más conveniente a nuestros planes era aguardar hasta el mediodía o primeras horas de la tarde para hacer acto de presencia en el hogar de los Zebedeo. Después de tan larga y agotadora marcha por el Jordán, lo más probable es que los discípulos durmieran hasta bien entrada la mañana. A partir de mi ingreso en Saidan, como dije, debería mostrarme especialmente cauto y atento. Disponíamos, en consecuencia, de unas seis horas para rematar otras dos operaciones, no por prosaicas menos importantes. La primera, a cargo de mi hermano, consistía en la puesta a punto de las elementales piezas que —con un poco de suerte— deberían ayudarme a desmoronar el equívoco de la niebla y de mi nada recomendable condición de «ángel del Señor». Este simple «instrumental» (un par de esferitas de corcho de cinco centímetros cada una y un hilo de seda) debía ser complementado con la adquisición en Nahum de una barra de vidrio de regular tamaño, absolutamente común y corriente. Ninguno de aquellos materiales —perfectamente conocidos por los habitantes del lago— violaba las normas del código de Caballo de Troya.

El segundo cometido, vital para nuestra subsistencia y, en especial, para la de Eliseo, me obligaba a descender a la mencionada Kefar Nahum y, en uno o dos viajes, llenar la exhausta despensa de la «cuna». Cabía la posibilidad de que, una vez en Saidan, mi ausencia del módulo se prolongara durante varios días. Así que, aprovechando el frescor del amanecer, inauguré la que sería definitiva y cotidiana vía de descenso y ascenso desde el módulo a las poblaciones del lago. Ladera abajo fui a reunirme con la calzada en el «paso del precipicio» y, desde allí, en cuestión de 20 a 30 minutos, terminé por situarme a las puertas de la ciudad. Con el fin de no perder tiempo repetí el itinerario del día anterior. El ronroneo de la molienda del grano se hallaba en pleno apogeo, así como el ir y venir de los comerciantes y artesanos, ocupados en la apertura de sus industrias y bazares o en el atizado de los fogones sobre los que se doraban redondas tortas de harina o borboteaban negros calderos con humeantes y apetitosos guisados de carnero, gruesos rabos de oveja o elementales potajes de cereales y sémola de cebada. En mi camino hacia el taller de Azemilkos observé



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